Comidas y otros gastos

El caso de las comidas es muy similar al de las actividades. Dependiendo de tu manera de ser o de tu plan, puedes gastar muchísimo o muy poco.

En los países más caros y en los viajes más largos, solemos optar por ir a apartamento. A veces, también combinamos apartamento y hotel, según los días que pasemos en las diferentes ciudades. Un apartamento (o un piso) tiene algunas limitaciones frente a un hotel (como, por ejemplo, horarios de check in y check out limitados, limitaciones de servicios, etc.), pero tiene una ventaja que para nosotros es fundamental: poder hacer algunas comidas “en casa”.

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Desayunos y cenas “en casa”

Únicamente el poder hacer los desayunos y algunas cenas “en casa” puede suponer un ahorro importante cuando se trata de un viaje largo o de un país caro para nuestro bolsillo. Esto no significa que no puedas hacer una cena especial el día que te apetece, sino evitar hacer todas las comidas fuera.

En algunos casos, incluso, ya no se ha tratado de una cuestión de costes, sino una cuestión de lo que te apetece después de haber estado horas y horas caminando bajo el sol. A veces solo te apetece cenar fresquito, sin zapatos y en pijama… que ¡ya mañana es otro día!

comidas

Comidas y tentempiés

La comida normalmente sí es más cómodo hacerla fuera para no tener que volver. Así, además, puedes aprovechar para probar la gastronomía local o arriesgarte a probar los snacks más extraños (¡Asia es ideal para esto!).

Sin embargo, llevar un tentempié para media mañana o un bocata para mediodía a veces no sólo te ahorrará unos euros, sino que te salvará de quedarte sin comer en algún caso. Si estás en ciudad, normalmente no hay problema, siempre encontrarás un sitio para comer, pero si te vas de excursión por el campo (o por el Foro Romano), recuerda siempre que más vale prevenir que curar, así que mejor tener algo a lo que echarle el diente y una botellita de agua por si acaso.

 

Una anécdota: “El bocata de mortadela”

El primer viaje que hicimos juntos Kiko y yo fue a Roma. Apenas habíamos empezado a trabajar y teníamos muy poco dinero. La opción más económica y razonable que encontramos, dentro de los destinos que nos apetecían, fue a Roma. ¿El coste? 7 días, incluyendo vuelos y hotel de 4 estrellas con desayuno en pleno mes de agosto: 350€/cada uno. Era, sin duda, un precio más que razonable.

No ha sido de nuestros viajes preferidos, pero la anécdota sí es de las que más gracia nos hace. En nuestro viaje cutre y avisados por una amiga, el día que teníamos previsto visitar el Foro Romano, nos llevamos un picnic. Para los que no conozcáis el foro, solo os digo que es inmenso, que no hay casi sombras y no hay ningún sitio para comer.

Después de visitar el Coliseo, nos fuimos al foro y nos dio la hora de la comida. Teníamos hambre y había unos 40 grados, para que os hagáis una mejor idea del cuadro. Nos acurrucamos en una esquinita y sacamos nuestras botellitas de agua y nuestros bocatas de mortadela. Sí, sí, mortadela. Cero glamour: llenos del polvo que levantábamos al caminar y con bocatas de mortadela en la mano.

Y nunca unos bocatas de mortadela habían generado tantas envidias. Porque cuando empieza a entrar el hambre a la hora de la comida y el sitio más cercano para comer está verdaderamente lejos, un bocata de mortadela no es un bocata de mortadela, ¡es un manjar de los dioses (de los romanos en este caso)!